Cada centímetro de tierra cuenta: la carrera a contrarreloj de los pequeños Estados insulares frente a la sequía. Por Arturo Larena
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La superficie de los pequeños Estados insulares siempre fue escasa. Pero hoy, cada centímetro de esa tierra vale literalmente su peso en supervivencia. A medida que el planeta se calienta, estos territorios diminutos y dispersos se han convertido en la zona cero de una crisis silenciosa: la combinación letal de sequías extremas, pérdida de suelos fértiles y presiones históricas que comprometen su futuro inmediato.
Un nuevo informe presentado en Panamá durante la 23.ª sesión del Comité de Examen de la Aplicación de la Convención de la ONU de Lucha contra la Desertificación pone cifras a una realidad que lleva años gestándose: la tierra habitable, productiva y saludable en estas islas-Estado se está evaporando. Y con ella, su resiliencia.
Sequías que se multiplican: de la urgencia al límite
En los últimos 60 años, la proporción de superficie insular expuesta a más de seis meses anuales de sequía extrema ha pasado del 2 % al 17 %. Siete de cada diez habitantes de estos países isleños —casi 50 millones de personas— viven hoy bajo esa amenaza. Y hablamos de lugares donde perder una franja de terreno no es una anécdota geográfica: es perder cultivos, agua potable, protección costera, ingresos turísticos y seguridad alimentaria.
La urbanización acelerada, prácticas agrícolas insostenibles y actividades extractivas han agravado esa degradación. En muchos casos, estas dinámicas arrastran décadas de desajustes heredados del colonialismo: plantaciones impuestas, pérdida de prácticas indígenas de manejo del suelo, inseguridad en la tenencia de la tierra.
En territorios pequeños y aislados —desde Haití y Comoras hasta las Islas Marshall— la sequía ya no es un fenómeno estacional, sino estructural. Cinco de estas naciones oceánicas padecen escasez severa de agua y otras tres sufren escasez absoluta. El margen de maniobra es mínimo.
La paradoja insular: poca tierra, mucha biodiversidad
Paradójicamente, estos países que ocupan menos del 0,5 % de la superficie del planeta custodian más del 20 % de la biodiversidad mundial. Pero la degradación de tierras fértiles y la pérdida de ecosistemas —desde bosques tropicales hasta manglares— debilitan funciones vitales: fertilidad del suelo, polinización, regulación hídrica, barreras naturales contra tormentas.
Cada hectárea degradada es un golpe doble: para su seguridad alimentaria y para la biodiversidad global.
El desafío político: gobernar lo que se reduce
Gestionar el territorio en estas comunidades insulares es una operación delicada. En el Caribe persiste la inseguridad histórica sobre las tierras; en el Pacífico, aunque sobreviven sistemas tradicionales de propiedad comunitaria, el avance urbano está devorando terrenos cultivables.
El informe insiste en una idea que vale oro para ellos: la planificación espacial es una herramienta de supervivencia. Proteger lo poco que queda exige que gobiernos, líderes tradicionales y comunidades trabajen juntos desde un enfoque integral, “de las montañas a los arrecifes”.
La financiación, insuficiente y desigual
Entre 2016 y 2023, solo 487 millones de dólares de la financiación global al desarrollo destinada a estos territorios se orientó a combatir la desertificación y la sequía. Y dos tercios de ese dinero se concentró en solo cinco países. La fragilidad insular exige recursos, pero estos llegan tarde, poco y mal repartidos.
La respuesta: tradición, innovación y cooperación
Hay motivos para la esperanza. Veintiséis de estas naciones ya se han comprometido con la neutralidad en la degradación de la tierra. Apuestan por enfoques que combinan tradición e innovación: agroforestería, sistemas de doble uso como la agrivoltaica, agricultura urbana resiliente, recuperación de prácticas indígenas que resisten ciclones, salinización y sequías mejor que muchos monocultivos industriales.
En paralelo, sus delegaciones han decidido alzar la voz juntas. Con miras a la COP17 en Mongolia, los países insulares buscan ser reconocidos como bloque unido frente a una amenaza que comparten. Porque lo que está en juego no es una categoría diplomática: es su propia habitabilidad.
Un aviso al mundo desde las islas
Detrás de los datos hay una advertencia global. Lo que hoy ocurre en Samoa, Cabo Verde o Granada es un anticipo de lo que puede reproducirse en otros territorios vulnerables. Las islas-Estado son pequeñas, pero su mensaje es enorme: cuidar la tierra es una cuestión existencial.
Esa tierra que sostiene alimentos, agua, cultura, identidad.Esa tierra que, si desaparece, no se puede reemplazar.
Cada centímetro importa.Y en estos territorios, cada centímetro perdido puede significar un país entero en riesgo.



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